Reflexiones
Artículo de Daniela Serraino Ortiz
ADOLESCENCIA: ¿Para quién educo?

Corremos para llegar, para cumplir, para sostenerlo todo. El trabajo, las rutinas, los hijos, la casa, los vínculos, la iglesia, el servicio, los grupos, los compromisos. Corremos para llegar a fin de mes. Para no quedarnos atrás. Para estar “al día” con lo último. Corremos tanto que muchas veces se nos olvida porqué corremos o hacia dónde vamos.
En medio de este torbellino, la crianza se convierte en una más de esas tareas que hacemos con lo que nos queda: atención a cuentagotas, paciencia al límite, decisiones apresuradas, intenciones nobles pero sin dirección. Vivimos tan abrumados que educar también se nos puede volver un acto reflejo…
Educar a nuestros hijos no escapa de esta locura: reaccionamos, resolvemos, corregimos, empujamos, alimentamos, divertimos y volvemos a empujar… pero ¿hacia donde empujamos? En medio de la locura de este tiempo nos resulta difícil y —hasta imposible— detenernos a hacer una pregunta que puede cambiarlo todo:
¿Para quién educo?
A veces, la vida se parece a esa ruedita en la que corre un hámster: nos movemos sin parar, agotamos nuestras fuerzas, giramos y giramos… pero no logramos avanzar. Estamos ocupados todo el tiempo, pero al final del día no sabemos bien a dónde nos está llevando todo ese esfuerzo. En medio de ese ritmo agitado, corremos el gran riesgo de estar educando así. Sin darnos cuenta, lo hacemos sin rumbo claro, reaccionando, sobreviviendo, intentando resolver lo urgente… pero desconectados del propósito trascendente de la crianza.
Los ritmos de la gracia.
Los ritmos de Jesús.
No son los ritmos de la productividad sin alma ni de la crianza perfecta que no sabemos bien quién nos exige. Son los ritmos de quien camina con el Padre, de quien conoce el final desde el principio, de quien ama más allá de los resultados terrenales porque apunta al fruto eterno.

«Volver al ritmo de Jesús es volver al enfoque correcto para educar.»
Es correr en la dirección correcta, con las fuerzas del cielo y no solo con las nuestras. Y ahí, en medio de esta invitación sagrada, vuelve la pregunta clave: ¿Para quién educo? ¿Educo para agradar a otros? ¿Para cumplir expectativas de éxito, prestigio o belleza? ¿O educo para el Reino que ya se ha acercado?
“El Reino de Dios está cerca.
¡Vuélvanse a Dios y crean la Buena Noticia!”
Marcos 1:15
“El Reino de Dios ya está entre ustedes”
Lucas 17:21
Cuando nos sinceramos con esta pregunta, descubrimos en qué hemos estado enfocando la crianza… y hacia dónde queremos realmente ir.
¿Estoy criando para mí? ¿Para mis padres? ¿Para esta sociedad? ¿O para Aquel que me confió estas vidas para prepararlas para la eternidad?
La verdad es que, muchas veces, reproducimos y potenciamos —casi por inercia— actitudes, creencias y valores que en realidad no compartimos ni queremos sostener.
Educamos con discursos que contradicen nuestras acciones, y sin darnos cuenta, modelamos un mundo que en el fondo no deseamos para nuestros hijos.
La crianza no es solo un deber: es una oportunidad divina. Una invitación a participar en algo mucho más grande que nosotros. ¡Despertemos! El tiempo de crianza es breve… y al mismo tiempo es una de las armas más poderosas para transformar culturas, sanar generaciones y construir sociedades más libres, justas y plenas.
Hagamos que nuestra crianza sea la oportunidad para sembrar valores eternos, donde nuestros actos se convierten en un puente hacia lo verdaderamente importante.
Dispersión
Nuestro cerebro fue diseñado para crecer en la dirección en la que ponemos nuestra atención. Cuando enfocamos de forma sostenida, el cerebro se organiza, se activa y fortalece las conexiones necesarias para decidir mejor, empatizar más y estar verdaderamente presentes. Como un reflector en la oscuridad, lo que iluminamos, crece. La atención es la herramienta que esculpe el cerebro, Siegel (2012).
Pero cuando vivimos desenfocados, sobre estimulados, atrapados en la multitarea el cerebro entra en modo disperso. Saltamos de una cosa a otra, nos agotamos, perdemos claridad. Y en ese estado, nuestra crianza se vuelve más reactiva que intencional. Estamos, pero no del todo. Escuchamos, pero no del todo. Acompañamos, pero con desconexión. Y nuestros hijos lo perciben.
Esto no es para culparnos, sino para abrir los ojos, quizás no podamos dejar de correr, pero sí podemos correr en dirección clara y si podemos tomar momentos de pausa y conexión.
Sí podemos decidir ser intencionales por momentos: treinta minutos de presencia real —mirar a los ojos, escuchar con atención, dar un abrazo y palabras de aliento— valen más que mil planes que nunca se concretan. ¡Este consejo sabio a tiempo en mis tiernos inicios de crianza me quitaron de la culpa y me llevaron a la acción redentora!
Esos pequeños momentos, sumados día a día, construyen algo grande: Una hija, un hijo que crece mirada/o con amor. Escuchada/o con atención, crece con la convicción que su existencia tiene valor y que su presencia en la tierra hace un aporte valioso en sociedad con su creador!
Cuando criamos con intención, aunque sea en medio del cansancio, nuestro esfuerzo deja huella y huella que se multiplica en otros.

Necesitamos otro ritmo
En medio de la crianza, Jesús nos invita a Su ritmo.
Uno que no es lento ni pasivo, pero que marca el paso desde la eternidad y no desde la ansiedad.
Eugene Peterson, en The Message, traduce las palabras de Jesús en Mateo 11:28-30 con una belleza que impacta:
«Camina conmigo y trabaja conmigo—observa cómo lo hago. Aprende los ritmos no forzados de la gracia.»
Es en esta decisión de crianza consciente donde nace la verdadera transformación: educar no desde el miedo o el agotamiento, sino desde una visión eterna que nos impulsa.
Y no desde el miedo que sobreprotege, ni desde el cansancio que descuida, sino desde una visión eterna que siembra con propósito. Desde hogares: madre, padre – sólo madre, sólo padre – tutores – encargados – hogares (sea como sea tu hogar) donde se escucha con intención, se habla la verdad, se mira a los ojos, donde —por momentos— se renuncia al deseo propio, al tiempo personal o al placer inmediato… para levantar al otro, para ser plataforma, trampolín, catapulta del potencial único que Dios sembró en el corazón de nuestros niños, niñas y adolescentes.
Educar es formar, es moldear, es acompañar. Es discipular. Y hacerlo con conciencia de a quién pertenecemos y a quién pertenecen ellos, lo cambia todo. Porque no estamos criando para este mundo. Somos peregrinos y extranjeros (1 Pedro 2:11), y tenemos el privilegio de vivir y criar con la convicción de que ya aquí, en lo cotidiano, podemos experimentar y reflejar los adelantos del Reino.
Cada día cuenta.
Cada palabra deja huella.
Cada gesto puede ser una semilla de eternidad.
Y hasta cada error, una oportunidad de aprendizaje, de disculpa y de reparación.
Porque vivimos en el ritmo de la Gracia al ritmo de Jesús! Con la convicción de que:
Educar es adorar.
Educar es obedecer.
Educar es sembrar.
Educar es una aventura hermosa y desafiante… en la que vale la pena ¡poner atención!
…y vivirla en comunidad (tema para otro artículo).
Soy Dani Ortiz Lic. en Ciencias para la Familia (Universidad Austral), Técnica en Psicología Social, Psicodramatista, Profesora de Educación Física, pero sobre todo soy una estudiante perpetua y diaria de la Biblia, discípula de Jesucristo, esposa de Ger y mamá de Flor (23 años), Fran (19 años) y Paz (11 años). Estoy para servirte 🙂
Referencias
Siegel, D. J. (2012). The developing mind: How relationships and the brain interact to shape who we are (2nd ed.). New York: The Guilford Press.
Peterson, E. H. (2002). The Message: The Bible in contemporary language. NavPress. (Traducción de Mateo 11:28-30 utilizada para «los ritmos no forzados de la gracia»)
La Biblia. (NTV). Nueva Traducción Viviente. (2015). Tyndale House Publishers.
La Biblia. (RVR1960). Reina-Valera 1960. (1960). Sociedades Bíblicas Unidas.

