Reflexiones

Artículo de Daniela Serraino Ortiz

ADOLESCENCIA: No temer, sí estar presentes.

El poder de la presencia adulta en la adolescencia

Una etapa desconcertante… ¡pero llena de potencial!

La adolescencia es, para muchos adultos, una etapa desconcertante. El niño que conocíamos parece transformarse de un día para otro en alguien distinto, impredecible, desafiante. Esto genera temores, produce malentendidos, refuerza estereotipos negativos, desencadena situaciones confusas y, muchas veces, da lugar a discusiones interminables. Padres, docentes y líderes se sienten frustrados al ver que las herramientas que antes funcionaban ya no parecen dar resultado.

Mirar más allá de la conducta externa

Frecuentemente reducimos esta etapa a sus manifestaciones más visibles: cambios bruscos de humor, respuestas desafiantes, emociones intensas, conductas que rozan el límite, confusión de identidad, retraimiento, impulsividad o consumo experimental. Pero ¡cuidado!: al centrarnos únicamente en lo que vemos, corremos el riesgo de perder de vista lo esencial. Lo que se está gestando en lo profundo: necesidades reales, desafíos vitales y oportunidades únicas para su desarrollo integral.

Un proceso de reorganización profunda

Podemos dejar de lado el temor y comenzar a construir puentes relacionales, espacios seguros e iniciativas educativas que potencien esta etapa y los impulsen hacia una adultez más plena y significativa. Como señala Siegel (2014), si entendemos lo que realmente ocurre en el interior del adolescente, dejaremos de luchar contra él y aprenderemos a caminar junto a él.

Durante esta etapa, el cerebro adolescente atraviesa una intensa poda neuronal: conexiones sinápticas que no se utilizan con frecuencia se eliminan, mientras que aquellas que se usan con regularidad se fortalecen. Este proceso de reorganización permite una mayor eficiencia cerebral, pero también genera inestabilidad emocional y conductual. Los adolescentes actúan muchas veces bajo un esquema de prueba y error, explorando reacciones, relaciones y respuestas posibles a su entorno. A su vez, el sistema de recompensa cerebral está altamente sensible a la validación externa, sobre todo la que proviene de los pares.

Por eso, mirar más allá de la conducta implica comprender este proceso complejo de reorganización biológica, emocional, social y hasta espiritual. Proceso que conlleva cambios, dolor, incertidumbre y una enorme necesidad de afirmación y pertenencia. En la que los adultos debemos… ¡estar presentes!. 

Sin embargo, al mantenernos en silencio, corremos el riesgo de provocar en ellos interpretaciones equivocadas. Cuando hablamos con honestidad sobre lo que estamos viviendo —siempre de manera cuidadosa, ajustada a su edad y sin colocarlos en un rol que no les corresponde como terapeutas o confidentes—, les brindamos claridad y les damos un ejemplo claro de que aún de adultos seguimos creciendo y buscando ser mejores. 

Verbalizar lo que nos pasa previene que en sus mentes se instalen mensajes erróneos como «algo está mal conmigo», «no soy amado/a», o «yo provoqué esto». Cuando el cerebro no puede completar una información por falta de palabras o diálogo, lo hace con suposiciones. Y en esta etapa de tanta sensibilidad emocional, donde el sistema límbico tiene mayor protagonismo, brindar certeza desde la palabra adulta puede marcar una diferencia enorme. Decirles con calma: “No es contigo, hijo/a. Estoy trabajando con algo que me genera temor, dolor, ansiedad…” abre un canal de conexión, de cercanía. ¡Este cambio puede hacer una diferencia abismal en la relación con tus hijos adolescentes! 

Cambiar la mirada para acompañar mejor

Otro acercamiento erróneo en el que podemos caer como adultos frente a la adolescencia es asumir que ya sabemos cómo deberían vivirla, porque nosotros ya la pasamos. Desde esa postura, juzgamos lo que piensan, sienten o hacen, y les recordamos que nuestros tiempos eran mejores, que nuestra perspectiva es la correcta y la única válida. Esta actitud, nos aleja años luz de poder ayudar y potenciar esta etapa. Podría alejar de lo que están necesitando: comprensión, escucha, límites claros y presencia.

Debemos aprender a escuchar incluso cuando lo que digan nos resulte incómodo, desafiante o hasta utópico. Escuchar más allá de las formas y las palabras, y ver el corazón herido, sus temores, sueños y anhelos. ¡Aun los que parecen más descabellados!

Allí es donde podemos hacer nuestro aporte, no desde el saber impositivo, sino desde la curiosidad, pregunta y ayuda para lograr lo que se proponen.

Estar presentes, con atención y ternura

Recuerdo una conversación que marcó mi perspectiva. Al proyectar con mi reciente esposo las etapas futuras de nuestra familia, Germán planteó con claridad: “organicemos nuestra vida laboral y profesional para que, cuando llegue la adolescencia de nuestros hijos, podamos estar presentes. Es la etapa donde más van a necesitar que estemos atentos”. Me impactó porque solemos creer que, al llegar a esta etapa, los hijos ya se las arreglan solos y donde finalmente esperamos poder tener más libertad. Sin embargo, con el paso del tiempo comprobé que tenía razón. Estar presentes, pero de formas distintas, es clave. Y esa es la mayor dificultad. Es estar presentes, pero desde otro lugar. No desde el mismo lugar de cuando eran niños y estábamos detrás de cada detalle, sino cerca, validando, limitando, escuchando, esperando y muchas veces simplemente orando. ¡Pero atentos! Varias veces tendremos que acercar otros adultos de confianza o hasta buscar ayuda terapéutica y esto también es prestar atención. 

Validación, identidad y límites seguros

La adolescencia es el momento en que buscan validación, cuestionan lo aprendido, y exploran con intensidad quiénes son. Es una etapa fértil y transformadora, pero también peligrosa, por todo lo que pueden encontrar en su búsqueda. Nuestro rol no es controlar ni sobreproteger, sino sostener, acompañar, guiar y catapultar. Escuchar con gracia, abrazar, marcar el rumbo, y mostrar con nuestra vida adulta una existencia con propósito, generosidad, servicio y amor. Cómo me gusta recordarme: ¡no soy el techo de mis hijos, soy la plataforma de despegue!.

La culpa no educa: la reparación sí

No existen padres perfectos, ni adolescentes perfectos. Somos humanos, y reconocernos así es una enorme oportunidad para crecer. En esta etapa, muchos padres hacemos una evaluación retrospectiva, cargada de frustración y culpa. Pensamos que si hubiéramos hecho esto o aquello, nada malo les pasaría a nuestros hijos. Y la verdad es que ¡Si! Seguramente, encontraremos un montón de cosas que podríamos haber hecho mejor. Pero más importante que vivir en la culpa es reconocer, hablar, pedir perdón, y reparar desde el presente hacia el futuro.

Diálogo que transforma vínculo

Recuerdo un momento corto pero profundamente significativo que viví con mi hija mayor. Un día, mientras esperábamos sentadas en el escalón de una mercería que aún no había abierto, aproveché ese rato para ponerla al tanto de un área de mi vida donde Dios estaba trabajando y sanando. Le compartí lo difícil que era para mí no llegar a fin de mes con el dinero necesario y cómo ese temor —del que no era del todo consciente— me llevaba a decisiones equivocadas: trabajar de más, restar tiempo a la familia, y negarle cosas importantes para ella en la etapa en la que estaba.

Me escuchó con atención. Al terminar, me agradeció y me compartió que ella pensaba que el trabajo y el dinero eran más importantes para mí que ella. Se me partió el corazón. Siempre la amé con locura, pero sin querer, le había comunicado lo contrario. A partir de ahí nuestra relación creció: comenzamos a dialogar con más profundidad, y hoy, incluso, ella me ayuda cuando estos miedos reaparecen. Somos socias en el camino de ayudarnos a ser mejores.

Mucha de la tristeza y depresión que vemos en varios podría ser por la falta de espacios dentro de nuestras comunidades donde movilizar los sueños, planes e ideas que tienen dentro. Cada adolescente encierra un potencial de mejora e innovación para nuestra sociedad que necesitaría tener un espacio, por lo menos para la escucha atenta donde ser canalizado.  

Una oportunidad extraordinaria

Si nos animamos a cambiar la forma en que miramos a los adolescentes —dejando de verlos con preocupación o juicio, y comenzando a contemplarlos desde la esperanza, la empatía y la comprensión— abriremos la puerta a una temporada de posibilidades únicas. Las investigaciones actuales en neurociencia, psicología del desarrollo, educación emocional y espiritualidad coinciden: la adolescencia no es una fase a temer, sino una oportunidad extraordinaria para sembrar carácter, creatividad, fe y propósito.

Nuestra tarea: ternura firme 

Lejos de ser un “huracán que hay que soportar”, esta etapa es un terreno fértil que necesita adultos presentes, sensibles y compasivos. El llamado hoy es claro: no temer, sino estar. Con ternura firme, con escucha activa y con una presencia constante. Solo así veremos florecer adolescentes saludables, resilientes, innovadores, profundamente humanos y espiritualmente conectados. Jóvenes que, al ser bien acompañados, se convierten en adultos comprometidos con la vida, con los demás, y con la transformación de su entorno.

Referencias

Damour, L. (2023). La transición: Lo que toda adolescente necesita saber. Editorial Planeta.

Siegel, D. J. (2014). Tormenta cerebral: El poder y el propósito del cerebro adolescente. Alba Editorial.

Siegel, D. J., & Bryson, T. P. (2012). El cerebro del niño: 12 estrategias revolucionarias para cultivar la mente en desarrollo de tu hijo. Alba Editorial.

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