Reflexiones
Artículo de Daniela Serraino Ortiz
¡Hijos libres!

¿Qué pasaría si nuestros hijos pudieran identificar las mentiras que los limitan antes de que los definan?
¿Y si crecieran creyendo la verdad que los potencia y los libera? ¿Qué pasaría si, en lugar de vivir atrapados en la culpa, el miedo o la vergüenza, aprendieran desde pequeños a vivir desde la verdad que Dios susurra a su corazón?
Te confieso que muchas veces, sin darme cuenta, educo desde el temor. ¿Te pasó alguna vez?
Temor a que se equivoquen. Temor a que sufran. Temor a lo que otros piensen de ellos, o de nosotros como padres. Temor a que no se ajusten a lo que se espera de ellos. Temor, incluso, a que reflejen mis propias falencias no resueltas, o que repitan errores que yo podría haberles ayudado a evitar.
Y podría seguir… seguramente tu lista sería igual de larga.
Pero acá surge una pregunta clave: ¿cómo es una crianza que no nace del miedo, sino de la verdad? ¿Qué pasa cuando en lugar de controlarlos para protegerlos, los acompañamos a conocerse, a gobernarse y a vivir de adentro hacia afuera?
De eso trata este artículo: de soltar el temor y abrazar el propósito de criar hijos que vivan guiados por la verdad que los hace libres… y poderosos.
Criar para la libertad
Cuando criamos desde el miedo, formamos hijos que viven a la defensiva. Pero cuando criamos desde la verdad, los ayudamos a construir un mundo interior donde puedan discernir, elegir y vivir con propósito.
Vimos juntas cómo identificar esas voces internas, las examinamos con atención y autocompasión. Pedimos ayuda al Espíritu Santo para reconocer de dónde venían, y luego hicimos una oración sencilla:
“Señor, descubrí esta mentira dando vueltas en mi cabeza. La dejo a tus pies. Revelá tu verdad a mi corazón. ¡Soy digna, soy amada, soy valiente en vos!”
Acompañarlos a gobernar su mundo interior
Todos tenemos un mundo interior. Nuestros hijos también. Es un espacio invisible, pero profundamente real y determinante. Allí habitan emociones, pensamientos, recuerdos y creencias que moldean su identidad, sus decisiones y su manera de relacionarse con el mundo. Es también el lugar donde pueden aprender a escuchar la voz del Espíritu y encontrar calma, serenidad, paz, sabiduría y la fuerza para hacer frente a las dificultades de la vida.
Como padres, una de nuestras misiones más importantes es acompañarlos a discernir y ordenar ese mundo interior. No se trata de controlar sus emociones ni de censurar sus pensamientos, sino de enseñarles a reconocerlos, validarlos y gobernarlos con responsabilidad y amor. Un niño que aprende a vivir desde la integración interior desarrolla un cerebro más fuerte, más flexible y más sano.
No todos los pensamientos que llegan a la mente de nuestros hijos les pertenecen, ni deben ser aceptados como verdaderos. Nuestra responsabilidad como padres es enseñarles que pueden detenerse, examinar lo que piensan y decidir si lo que escuchan merece quedarse o debe ser desechado.
Y no están solos en ese proceso. Jesús prometió que el Espíritu Santo sería nuestro guía: “Cuando venga el Espíritu de verdad, él los guiará a toda la verdad” (Juan 16:13, NTV). Esta promesa también incluye a los niños. Cuando ellos abren su corazón a Dios como Padre, reciben al mismo Espíritu que habita en los adultos, y pueden aprender a vivir guiados por su voz.
Esto también es para ellos. Nuestros hijos pueden aprender a escuchar al Espíritu de Dios. Podemos orar con ellos para que aprendan a distinguir su voz.
Criar hijos libres es enseñarles a vivir atentos a su mundo interior y a elegir quién gobierna sus pensamientos: la voz del miedo o la voz del Espíritu. La mentira que esclaviza, o la verdad que libera.
La verdad enseña y libera: “Conocerán la verdad, y la verdad los hará libres” (Juan 8:32, NTV).
Según Siegel y Bryson (2011), las experiencias repetidas que brindamos a nuestros hijos literalmente moldean la estructura y funcionamiento de su cerebro. Cuando los ayudamos a identificar una mentira, a llevarla a los pies de Cristo y a reemplazarla con la verdad, estamos sembrando fe y también moldeando su carácter.
Sembrar la verdad en sus corazones es ayudarles a aplicar la Palabra de Dios en sus vidas cotidianas. Es enseñarles a volver a la verdad bíblica cuando algo duele, cuando se sienten confundidos, rechazados o tentados a creer una mentira. Cuando tienen que tomar decisiones o cuando viven injusticias. La Biblia debe ser su punto de partida y su refúgio, no solo su tarea de domingo. Ahí es donde criamos para la libertad.
Educar para la libertad es formar hijos que no solo conocen la verdad, sino que aprenden a habitarla desde adentro, con discernimiento y valentía.
Detectores de mentiras
Una tarde, mi hija Paz —entonces de 9 años— me confesó que en el colegio tenía pensamientos que le decían que “ella daba vergüenza”. Eso la hacía retraerse, querer volverse invisible. Si la conoces, pensarías que esto es imposible, sin embargo, eso es lo que venía a su mente.
Lo primero que hice fue agradecerle. Valoré profundamente que confiara en mí y que tuviera la valentía de ponerle palabras a algo tan íntimo. Ese día le regalé una de mis herramientas favoritas: su propio «detector de mentiras». Le hablé de lo importante que es mantenerse atenta para no creer todo lo que llega a la mente.
Le expliqué que debemos aprender a reconocer esas voces que suenan familiares pero no son verdad, que no vienen de Dios ni reflejan quiénes somos realmente. Voces que a veces nos susurran mentiras para anular nuestro verdadero valor.
Vimos juntas cómo identificar esas voces internas, las examinamos con atención y autocompasión. Pedimos ayuda al Espíritu Santo para reconocer de dónde venían, y luego hicimos una oración sencilla:
“Señor, descubrí esta mentira dando vueltas en mi cabeza. La dejo a tus pies. Revelá tu verdad a mi corazón. ¡Soy digna, soy amada, soy valiente en vos!”
Acompañarlos a gobernar su mundo interior
Todos tenemos un mundo interior. Nuestros hijos también. Es un espacio invisible, pero profundamente real y determinante. Allí habitan emociones, pensamientos, recuerdos y creencias que moldean su identidad, sus decisiones y su manera de relacionarse con el mundo. Es también el lugar donde pueden aprender a escuchar la voz del Espíritu y encontrar calma, serenidad, paz, sabiduría y la fuerza para hacer frente a las dificultades de la vida.
Como padres, una de nuestras misiones más importantes es acompañarlos a discernir y ordenar ese mundo interior. No se trata de controlar sus emociones ni de censurar sus pensamientos, sino de enseñarles a reconocerlos, validarlos y gobernarlos con responsabilidad y amor. Un niño que aprende a vivir desde la integración interior desarrolla un cerebro más fuerte, más flexible y más sano.
No todos los pensamientos que llegan a la mente de nuestros hijos les pertenecen, ni deben ser aceptados como verdaderos. Nuestra responsabilidad como padres es enseñarles que pueden detenerse, examinar lo que piensan y decidir si lo que escuchan merece quedarse o debe ser desechado.
Y no están solos en ese proceso. Jesús prometió que el Espíritu Santo sería nuestro guía: “Cuando venga el Espíritu de verdad, él los guiará a toda la verdad” (Juan 16:13, NTV). Esta promesa también incluye a los niños. Cuando ellos abren su corazón a Dios como Padre, reciben al mismo Espíritu que habita en los adultos, y pueden aprender a vivir guiados por su voz.
Esto también es para ellos. Nuestros hijos pueden aprender a escuchar al Espíritu de Dios. Podemos orar con ellos para que aprendan a distinguir su voz.
Criar hijos libres es enseñarles a vivir atentos a su mundo interior y a elegir quién gobierna sus pensamientos: la voz del miedo o la voz del Espíritu. La mentira que esclaviza, o la verdad que libera.
Por eso necesitamos enseñarles a estar alertas. A detectar lo que llega a su mente, a no dejarlo crecer ahí. A cortar de raíz y llevarlo a la Cruz.
Libertad desde lo cotidiano
Educar para la libertad no significa que nuestros hijos hagan lo que quieran. Significa enseñarles a vivir conectados, a conocer sus emociones, pensamientos y creencias y revisarlas. Tamizarlas con las verdades Bíblicas.
Cada experiencia cotidiana —una salida a comprar, mientras escuchamos música, miramos una película, jugamos un juego de mesa o con una pregunta incómoda— cualquier momento es una oportunidad para cultivar la verdad del evangelio en el corazón y el cerebro de nuestros hijos.
Formar hijos libres implica sembrar verdad en el alma y en la mente. Es ayudarles a desarrollar un sistema interior que les permita detenerse, examinar, elegir y actuar con propósito.
Así cuando la vida les presente confusión, presión y/o mentiras, sabrán qué hacer. Podrán interpretar lo que piensan y sienten, y actuar con claridad. Acudirán al Espíritu Santo, quien les recordará las verdades sembradas. Estarán preparados, porque ya lo practicaron en casa. Y tendrán un ancla firme interior cuando todo se vuelva difícil.

Pistas cotidianas
- Creá momentos de escucha profunda: preguntales qué sienten y qué piensan sin corregir, sólo hacé preguntas. Dejá espacio para que el corazón se exprese.
- Orá con ellos cuando aparezca una mentira: así les enseñás esta herramienta práctica y cotidiana para mantener limpia la mente.
- Ayudalos a reconocer lo que sienten y lo que creen. Validá la emoción, pero guiala hacia la verdad. Lean juntos la Biblia.
- Mostrá tu vulnerabilidad: contales qué mentira tuviste que desenmascarar vos también. Eso fortalece la empatía y la conexión.
- Volvé siempre a la Palabra: no para castigar, sino como punto de partida, consuelo y verdad.
Jesús es la verdad que libera. Y esa libertad forma hijos poderosos, que saben quiénes son, cuál es su valor y para qué están en esta tierra.
Enseñales esta verdad. Pero mejor aún, vivila. Transmitísela con tu propia vida. Esa es la mayor herencia: hijos que saben a Quién acudir, incluso en tu ausencia.
Referencias
La Biblia (Nueva Traducción Viviente – NTV).
Siegel, D. J., & Bryson, T. P. (2011). El cerebro del niño: 12 estrategias revolucionarias para cultivar la mente en desarrollo de tu hijo (I. F. Marrades, Trad.). Editorial Alba.

